La lealtad es un fuerte sentimiento de solidaridad y compromiso que cuando tiene lugar en la familia conlleva que todos los miembros de esa unidad vean unificados sus necesidades, pensamientos y emociones. En este sentido, la lealtad condiciona nuestro sentimiento de deber y de justicia con las personas comprometidas en esa lealtad. Por ello, a veces dentro de las familias se exige a cada miembro que cumpla las expectativas y obligaciones del grupo, existiendo en ocasiones la amenaza encubierta de “ser expulsado” si se transgreden. Además, las expectativas que se nos depositan condicionan en gran medida el concepto que tenemos de nosotros mismos y nuestra autoestima.
Si alguien da mucho y no recibe tanto se genera una deuda. El sentimiento de lealtad por el que estamos ligados a la familia conlleva que podamos ser portadores de las necesidades de otros miembros (experiencias vividas y dificultades interpersonales de padres, abuelos, etc.) y que inconscientemente se nos encomiende la misión de tener que satisfacerlas. Así, parece que cada hijo contraemos una «deuda» con nuestros padres por los cuidados, atención y afectos recibidos desde nuestro nacimiento.
El sentimiento de lealtad por el que estamos ligados a la familia conlleva que podamos ser portadores de las necesidades de otros miembros.
Las deudas familiares tienen una base afectiva muy profunda que cala hasta lo más hondo de las personas, y en muchas ocasiones es trasladada a cuantos descendientes sea necesario trasladarla, hasta que alguien se haga cargo de la misma. Por eso muchas de las cosas que nos suceden, no han sido provocadas por nosotros, sino por situaciones que han vivido nuestros padres, abuelos o bisabuelos. Si los padres intentan que sus hijos llenen sus carencias y les den amor sin darlo a su vez en la suficiente medida, generan una deuda en su contra: el mayor es siempre el que debe cuidar y nutrir al pequeño.
¿Cuándo dejamos de pagar estas «deudas»? Parece ser que la madurez emocional como personas adultas se alcanza a través del perdón y la reconciliación de manera no juiciosa con las vulnerabilidades de nuestros antepasados. Con amor y justicia todo se resuelve. Con perdón, con afecto y dando a cada uno su lugar, el respeto que se merece y lo que es suyo y le corresponde.
Otras entradas
¿Seguimos en contacto en las redes sociales?